Durante años, la conversación sobre privacidad en Internet se ha centrado en lo evidente: redes sociales, cookies, publicidad personalizada y ese “acepto” que se pulsa sin leer. Pero el frente se está desplazando a un sitio mucho más íntimo: la casa.

Los robots aspiradores, los altavoces inteligentes y las cámaras conectadas no solo “hacen cosas” en el hogar. También generan datos extraordinariamente valiosos: planos de habitaciones, rutinas diarias, audio ambiental, vídeo, listas de dispositivos, horarios de presencia… Y esos datos, tarde o temprano, acaban chocando con el mismo incentivo económico que ya moldeó las redes sociales: monetizar.

El robot aspirador no solo limpia: aprende cómo vives

Los modelos más avanzados han convertido el mapeo doméstico en una ventaja competitiva. Navegan mejor, evitan obstáculos, recuerdan estancias y permiten automatizar zonas. Para lograrlo, muchos dependen de aplicaciones y servicios en la nube: el mapa y la telemetría “viajan” a servidores del fabricante, se procesan, se sincronizan y vuelven a tu móvil en forma de funciones y automatizaciones.

El problema no es que exista conectividad: es la asimetría. El usuario suele descubrir tarde qué se recopila, con qué granularidad y con qué consecuencias si decide decir “no”. Un ejemplo que ha levantado ampollas en el debate público es el caso de un usuario que, tras bloquear el tráfico de su robot para limitar el envío de datos, vio cómo el dispositivo dejaba de funcionar; la investigación posterior apuntaba a que el fabricante podía desactivarlo de forma remota.

Ese tipo de dependencia es el “talón de Aquiles” de la domótica moderna: cuando un producto se ata a la nube, la frontera entre servicio y control se vuelve difusa.

¿Se venden mapas de casas? La tentación existe, aunque el lenguaje sea ambiguo

Aquí conviene separar dos cosas: venta directa y uso/cesión con consentimiento (que, en la práctica, puede terminar pareciéndose mucho a lo primero).

En 2017, Reuters ya recogía cómo iRobot (Roomba) exploraba vías para compartir mapas del hogar con terceros “si el cliente lo permitía”, en un contexto de ecosistemas de hogar inteligente donde esos planos podían facilitar automatizaciones y servicios. El matiz del consentimiento es clave… y también lo es preguntarse qué forma toma ese consentimiento en el mundo real: casillas pre-marcadas, textos largos, pantallas de “siguiente, siguiente” y condiciones que cambian con el tiempo.

Además, cuando una empresa entra en crisis o cambia de manos, la pregunta reaparece con fuerza: ¿qué pasa con los datos históricos y con la gobernanza de la plataforma? En diciembre de 2025, Reuters informó de que iRobot se acogió a bancarrota y acordó su venta a una empresa china (Picea Robotics) en una operación que pone el foco, inevitablemente, en activos y reestructuración.

No hace falta caer en alarmismos: la tecnología del mapeo doméstico puede ser legítima y útil. Pero también es cierto que el mapa de una casa es un dato especialmente sensible, porque describe un espacio físico real y hábitos de vida.

Altavoces inteligentes: la privacidad no es una hipótesis, ya es un expediente

Si el robot aspirador “dibujaba” el hogar, el altavoz inteligente lo “escucha”. Y aquí el debate deja de ser teórico porque hay precedentes regulatorios. En 2023, el Departamento de Justicia de EE. UU. anunció un acuerdo relacionado con Alexa y prácticas vinculadas a la privacidad de menores (incluida la gestión de grabaciones de voz).

Más allá de la letra pequeña, el mensaje de fondo es claro: el audio y las interacciones de voz son datos personales, y su tratamiento puede cruzar líneas si la retención, el borrado o la información al usuario no están a la altura.

Cámaras conectadas: cuando “seguridad” también significa quién puede ver

Con las cámaras ocurre algo similar, pero con un riesgo añadido: el vídeo en casa es, literalmente, la vida cotidiana capturada en imágenes. En 2023, la FTC publicó una acción relacionada con Ring (Amazon) por cuestiones de privacidad y seguridad.

Esto no significa que “todas las cámaras” sean inseguras por definición. Significa que el estándar esperado debe ser más alto: controles de acceso estrictos, auditorías, transparencia, minimización de datos y, sobre todo, opciones reales para operar sin convertir el hogar en un flujo permanente de información externa.

Redes sociales: el pegamento que une todos los datos (y los vuelve negocio)

El salto a redes sociales no es un cambio de tema, es el cierre del círculo.

Las plataformas sociales llevan años perfeccionando la construcción de perfiles: qué te interesa, con quién interactúas, qué compras, dónde estás, qué dispositivos usas. Cuando a ese perfil se le puede sumar datos del hogar conectado (mapas, presencia, rutinas, audio, vídeo), el valor comercial se dispara: segmentación más fina, predicción de comportamientos, “intención” más precisa.

Y aunque Europa tiene un marco robusto (RGPD y compañía), el problema no siempre es la ilegalidad evidente: muchas veces es la normalización de que todo dato es un activo. En EE. UU., por ejemplo, el regulador ha actuado contra prácticas de compartición de datos sensibles: en enero de 2025, Reuters y AP informaron de un acuerdo que prohíbe a GM compartir datos de geolocalización y comportamiento de conducción con agencias de informes de consumo durante cinco años. Y el mercado de intermediarios de datos (data brokers) ha estado en el punto de mira por la compraventa de localización a gran escala, como refleja el análisis de Wired sobre el caso Outlogic (antes X-Mode).

Si la localización del coche ya ha acabado en disputas regulatorias, no es difícil imaginar por qué el plano de una vivienda, el audio del salón o el vídeo de una entrada son un caramelo.

Qué hacer: privacidad práctica sin renunciar a la comodidad

No existe una bala de plata, pero sí un enfoque realista:

  1. Compra con criterio de “modo local”: priorizar dispositivos que funcionen sin nube o que mantengan funciones básicas si se bloquea Internet.
  2. Revisar permisos y telemetría: en la app, desactivar análisis, “mejora del producto”, diagnósticos ampliados y comparticiones “opcionales”.
  3. Segmentar la red: domótica en una red separada (o VLAN) para reducir exposición si un dispositivo se ve comprometido.
  4. Borrados periódicos: mapas, historiales, grabaciones y eventos. Si la app no lo facilita, es una señal a tener en cuenta.
  5. Pensar en “datos combinados”: lo que subes a redes (fotos, vídeos, stories) también revela rutinas, interiores y metadatos. La privacidad doméstica no se protege solo en la app del robot.

La moraleja no es “apaga todo”. Es entender que, en 2025, la privacidad ya no vive solo en el navegador. Vive en el suelo que limpia el robot, en el micrófono del altavoz, en el gran angular de la cámara… y, sí, en el feed donde se comparte la vida.


Preguntas frecuentes

¿Un robot aspirador puede funcionar sin enviar datos a la nube?
Depende del modelo. Algunos mantienen funciones básicas, pero otros degradan automatizaciones, mapas o incluso se vuelven inoperables si pierden conexión con los servidores del fabricante.

¿Qué datos personales puede revelar el mapa de una casa?
Distribución de estancias, tamaño aproximado, zonas de uso frecuente, horarios de limpieza (que sugieren rutinas) e incluso presencia/ausencia si se cruza con otros datos.

¿Por qué altavoces inteligentes y cámaras son un riesgo mayor que otros IoT?
Porque capturan contenido sensible (audio y vídeo) que puede incluir conversaciones, menores, interiores del hogar y hábitos, además de metadatos temporales y de ubicación.

¿Cómo afecta esto a la privacidad en redes sociales?
Porque las redes ya construyen perfiles de comportamiento. Si se cruzan con datos del hogar conectado, la segmentación publicitaria y la inferencia de rutinas pueden volverse mucho más intrusivas.

vía: Noticias revista cloud

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