La última innovación de LG convierte sus televisores en dispositivos que analizan emociones con fines publicitarios, desdibujando los límites entre tecnología y privacidad.

Encender la televisión y disfrutar tranquilamente de un programa sin interrupciones ni rastreos podría convertirse en un recuerdo del pasado. El fabricante surcoreano LG ha dado un paso más en la evolución —o involución— de la televisión, integrando un sistema que promete publicidad personalizada basada en el análisis de emociones. ¿El instrumento? La inteligencia artificial. ¿La consecuencia? La desaparición del último reducto de privacidad doméstica.

La compañía ha anunciado una colaboración con Zenapse, una plataforma de marketing que se define como capaz de impulsar ventas mediante inteligencia emocional. El objetivo de este acuerdo es dotar a los televisores de la marca de la capacidad de mostrar anuncios basados en el estado emocional del usuario, analizado a partir de sus interacciones y patrones de consumo audiovisual.

Aunque desde LG aseguran que el sistema no hace uso —por el momento— de la cámara integrada para escanear reacciones faciales, el planteamiento sigue siendo profundamente intrusivo. Mediante el uso de algoritmos de IA, los dispositivos recogen información sobre qué se ve, cómo se ve y durante cuánto tiempo, para construir un perfil emocional que sirva de base a campañas publicitarias más eficaces.

Del salón al laboratorio de emociones

Este movimiento no es un caso aislado. Las llamadas «smart TVs» llevan años acumulando funciones que, bajo el pretexto de mejorar la experiencia del usuario, han erosionado gradualmente la privacidad. Interfaces confusas, anuncios a pantalla completa, recomendaciones forzadas y servicios integrados que empujan contenido no solicitado, se han convertido en elementos comunes en muchos modelos de última generación.

Especialmente polémico es el crecimiento de las plataformas FAST (Free Ad-Supported TV), que se presentan como televisión gratuita financiada con publicidad, pero que en realidad saturan la interfaz con canales irrelevantes y anuncios invasivos. En el caso de LG, estos canales están estrechamente integrados en el sistema operativo WebOS, dificultando el acceso a los contenidos tradicionales por los que el usuario ha pagado.

A la ya criticada sobrecarga publicitaria se suma ahora la dimensión emocional. LG y Zenapse no solo quieren mostrar anuncios, sino que estos impacten en el momento justo: cuando el espectador esté más vulnerable, más receptivo o más propenso a actuar. Un enfoque que, aunque tecnológicamente viable, plantea serias cuestiones éticas.

¿Dónde queda el consentimiento?

El Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) de la Unión Europea establece principios claros sobre el tratamiento de datos personales, incluida la necesidad de consentimiento libre, específico, informado e inequívoco. Si bien LG afirma respetar estos principios, muchos expertos advierten que la captación de datos emocionales, aun sin capturas de imagen, podría constituir una forma de perfilado que requiere garantías adicionales.

La opacidad de estas prácticas y la dificultad para desactivarlas convierten al consumidor en rehén de un sistema que prioriza los intereses del anunciante por encima de la voluntad del usuario. Y aunque la ley exige transparencia, la experiencia demuestra que su aplicación efectiva se produce, en el mejor de los casos, con años de retraso y tras numerosas quejas o sanciones administrativas.

¿Es esto el futuro de la televisión?

Para muchos, la respuesta es rotundamente negativa. Lejos de mejorar la experiencia de visionado, esta orientación convierte al televisor en una suerte de agente de marketing emocional, vigilante constante de nuestras reacciones, gustos y hábitos. Una tecnología diseñada más para servir a los algoritmos que al espectador.

En este contexto, crece el número de usuarios que optan por soluciones más sencillas: televisores sin conexión a internet, dispositivos externos con sistemas libres o simplemente el uso de pantallas que no integran software intrusivo. Lo que algunos fabricantes presentan como «evolución inteligente» es, para muchos, una forma de manipulación disfrazada de innovación.

Una línea que no debería cruzarse

Las capacidades técnicas de la inteligencia artificial abren puertas extraordinarias. Pero que algo sea posible no significa que deba hacerse. El análisis emocional automatizado en el hogar, bajo pretexto de mejorar la publicidad, representa una frontera moral que muchas voces consideran inaceptable.

El caso de LG, lejos de ser anecdótico, pone sobre la mesa una cuestión urgente: ¿cuánto estamos dispuestos a sacrificar de nuestra privacidad por comodidad o entretenimiento? Porque si cada gesto frente al televisor puede ser interpretado como un dato útil para la venta, entonces la televisión ha dejado de ser un medio de comunicación para convertirse en un espejo de control.

La televisión, tal y como la conocíamos, está muriendo. Y no por falta de audiencia, sino por exceso de vigilancia.

Fuente: Wired y Enrique Dans

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