El requisito del chip TPM 2.0 impuesto por Microsoft para instalar Windows 11 deja obsoletos millones de ordenadores perfectamente funcionales, según denuncia un exingeniero de la compañía.
La llegada de Windows 11 no solo ha traído consigo nuevas funciones y un rediseño estético del sistema operativo de Microsoft. También ha desencadenado una polémica de gran calado: la exclusión de millones de ordenadores debido a un requisito de seguridad conocido como TPM 2.0 (Trusted Platform Module), que según el desarrollador jubilado Dave Plummer —veterano de los tiempos de MS-DOS y Windows 95— está provocando una ola de obsolescencia prematura.
¿Qué es el TPM y por qué es importante?
El TPM es un chip integrado en la placa base del ordenador, diseñado para proteger claves criptográficas y verificar la integridad del sistema operativo en cada arranque. Entre sus funciones destacan el soporte para BitLocker, que protege los discos duros mediante cifrado, y Secure Boot, que impide la ejecución de software malicioso durante el arranque del sistema.
Microsoft defiende que el TPM 2.0 es esencial para reforzar la seguridad ante amenazas cada vez más sofisticadas. Según la compañía, vincular la integridad del sistema operativo a un componente de hardware ofrece una “raíz de confianza” que el software por sí solo no puede proporcionar.
¿Pero a qué coste?
El coste es claro: una gran cantidad de equipos relativamente recientes quedan excluidos de la actualización a Windows 11, no por motivos de rendimiento, sino por carecer de TPM 2.0 o de un procesador homologado. Y eso incluye ordenadores que funcionan perfectamente para tareas cotidianas, creación de contenido e incluso gaming.
“Muchos usuarios sienten que se les está obligando a adquirir nuevo hardware cuando su equipo aún es plenamente útil”, señala Plummer en su canal de YouTube Dave’s Garage, donde ha analizado el caso en profundidad. “Es una forma sutil de empujar al consumidor a renovar su ordenador, lo quiera o no”.
¿Seguridad real o impulso al consumo?
Aunque Microsoft alega motivos de seguridad, no pocos ven tras esta decisión un interés económico: revitalizar el mercado de PC y beneficiar indirectamente a los fabricantes asociados. A esta sospecha se suma el hecho de que existen métodos no oficiales para instalar Windows 11 en ordenadores no compatibles, usando herramientas como Rufus para eliminar las comprobaciones de hardware. Sin embargo, Microsoft advierte que estos sistemas podrían quedar excluidos de futuras actualizaciones de seguridad.
Además, esta política de exclusión tiene un impacto ambiental: ordenadores perfectamente funcionales podrían acabar convertidos en residuos electrónicos. La fabricación de nuevos equipos conlleva costes ecológicos importantes, desde la extracción de materias primas hasta su ensamblaje y transporte.
¿Un precedente para Windows 12?
La preocupación no termina con Windows 11. Si esta tendencia continúa, es posible que futuros sistemas como Windows 12 eleven aún más los requisitos, dejando atrás a un número aún mayor de usuarios. Esto abre el debate sobre la sostenibilidad, el acceso igualitario a la tecnología y la duración real del hardware actual.
Una reflexión necesaria
El debate sigue abierto: ¿es el TPM 2.0 un avance necesario para asegurar nuestros equipos en un mundo digital cada vez más peligroso? ¿O estamos ante una estrategia encubierta para forzar el consumo?
Mientras tanto, millones de usuarios siguen con Windows 10, conscientes de que su soporte terminará en octubre de 2025. Lo que ocurra después podría marcar un antes y un después en la relación entre usuarios, fabricantes y desarrolladores de software. La historia no ha terminado.